31 mayo, 2010

EL SEMINARISTA DE LOS OJOS NEGROS




Desde la ventana de un casucho viejo
abierta en verano , cerrada en invierno
por vidrios verdosos y plomos espesos,
una salamantina de rubio cabello
y ojos que parezen pedazo de cielo,
mientras que la costura mezcla con el rezo,
ve todas las tardes pasar en silencio
los seminaristas que van de paseo.
baja la cabeza, sin erguir el cuerpo,
marchan dos filas pausados y austeros,
sin mas nota alegre sobre el traje negro
que la veca roja que ciñe su cuello,
y por la espalda casi roza el suelo.
un seminarista entre todos ellos,
marcha siempre erguido, con aire resuelto.
la negra sotana dibuja su cuerpo
gallardo y airoso, flexible y esbelto.
el, solo a hurtadillas y con el recelo
de que sus miradas obserben los clerigos,
desde que en la calle vislunbra a lo lejos
a la salamantina de rubio cabello
y mira muy fijo,con mirar intenso.
y siempre que pasa le deja el recuerdo
de aquella mirada en sus ojos negros.
Monótono y tardo va pasando el tiempo
y muere el estío y el otoño luego,
y vienen las tardes plomizas del invierno.
Desde la ventana del casucho viejo
sola y triste, rezando y cosiendo
una salamantina de rubio cabello
ve todas las tardes pasar en silencio
los seminaristas que van de paseo.
Pero no ve a todos: solo ve a uno de ellos,
su seminarista de los ojos negros.
Cada vez que pasa gallardo y esbelto,
obserba la niña que pide aquel cuerpo
marciales arreos.
Cuando ella fija sus ojos abiertos
con vivas y audaces miradas de fuego,
parece decirla ¡tequiero! ¡tequiero!
¡yo no he de ser cura! ¡ yo no puedo serlo!
¡si no soy tuyo , me muero, me muero!
y a la niña entonces se le oprime el pecho,
la labor suspende y olvida sus rezos,
y ya vive solo en su pensamiento
el seminarista de los ojos negros.
En una lluviosa mañana de invierno
la niña que alegre saltaba del lecho,
oyó tristes canticos y funebres rezos,
un seminarista sin duda era el muerto:
pues, cuatro llevaban en honbros el feretro,
con la veca roja por encima cubierto,
y sobre la veca,el bonete negro.
Con sus voces roncas cantaban los clerigos
los seminaristas iban en silencio
siempre en dos filas hacia el cementerio,
como por las tardes al ir de paseo.
La niña angustiada mira el cortejo
los conoce a todos a fuerza de verlos....
tan solo , tan solo, faltaba entre ellos....
el seminarista de los ojos negros.
Corrieron los años pasó mucho tiempo....
y alla en la ventana del casucho viejo,
una pobre anciana de cabellos blancos,
con la tez rugosa y encorbado el cuerpo,
mientras la costura mezcla con el rezo,
ve todas las tardes pasar en silencio
los seminaristas que van de paseo.
La labor suspende los mira , y al verlos
sus ojos azules ya tristes y muertos
vierten silenciosas lagrimas de hielo.
sola , vieja y triste, aún guarda el recuerdo
¡del seminarista de los ojos negros!
.

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